EL TRAJE INVISIBLE DEL EMPERADOR
La percepción de el arte contemporáneo es, para muchos, que es un mundo nada más de entendidos, una sociedad quasi secreta, una logia másonica, a la cual solamente unos pocos privilegiados pueden pertenecer, como al mundo de los físicos cuánticos y de los ornitólogos. Algo que solo los que se inventen su propio entendimiento, sus propios instrumentos -subjetivos- de medición, pueden apreciar. Y que, por rutilante, glamoroso (a veces) y exclusivo, es tan atrayente. Son muy pocos los que pueden resistir la carnada de la exclusividad, como saben los astutos de a de veras, nada es tan irresistible como lo que no se puede tener. Es una realidad que el mundo del arte contemporáneo si es un mundo minúsculo al cual pertenecen a lo sumo 3000 personas, de las cuales 2900 están en, o van mucho a, Nueva York y las otras cien aparecen en la lista del Forbes 50, no 500, 50…los demás nada más somos unos groupies aspirantes.
Además es un negocio muy rentable, es una inversión que deja mas que lo que Bernie Madoff prometía, pero en de a de veras, porque si tuviste la buena suerte de comprar algo que uno de los grandes coleccioncitas compra después, you’ve hit the jackpot. El arte contemporáneo se convirtió también en los primero años del siglo en la inversión más rentable a corto plazo que pudieses hacer. Un mercado de fácil compra y venta, y según varios asesores financieros, una inversión que deja mucho más que dinero, deja la satisfacción de cumplir con un valor cultural (¿?). Según estos mismos asesores financieros, hay que comprar arte, por el arte en sí, que será cuando la inversión sea más afortunada. Ver para creer.
Sin embargo, para que este mundo pueda persistir tiene que encontrar el difícil equilibro entre lo excluyente y lo rentable, entre el generar la propia demanda al crear las condiciones de “buen gusto necesarias” para cultivar nuevos coleccionistas, sin dejar de ser el rarificado mundo que es, sin dejar de ser un mundo que un día después del crash del 2008 y el comienzo de la peor crisis económica del mundo de la todavía pudo vender tiburones plastificados en decenas de millones de dólares.
Ernest Gombrich decía en su monumental “Story of Art” que para apreciar el arte adecuadamente se tiene que estar entrenado, pero que la belleza y la fealdad son principios indiscutibles.
Y sin embargo, esta autoridad mundial, el autor del texto mas leído sobre arte no tenia temperamento de coleccionista. Para el, bastaba saber que las obras maestras estaban en los museos, donde podía contemplarlas cuando tuviera ganas. En realidad, su museo estaba en su memoria, un prodigio, y hay quienes dicen, la más vasta del mundo.
Gombrich era un sir muy británico de origen vienés, como todos los grandes pensadores del siglo XX. . Estimaba que lo hermoso y lo feo, son principios indiscutibles como lo verdadero y lo falso. No varían, decía, al capricho e la historia o de los gustos personales. Nos son valores relativos sino absolutos. Y sin embargo, no se puede descubrir lo Bello espontáneamente. Es preciso pasar, según Gombrich, por la mediación de la cultura.
Para el no había progreso en el arte, como no lo había en la historia, conceptos, como ahora sabemos Hegelianos, y además, puestos de cabeza, Marxistas. Las obras y los estilos, según él, no se encadenan mediante una especie de necesidad lógica.
El arte entonces en cuanto tal, no existe; solo existen los artistas: Hombres y mujeres a quienes a caído en suerte el don de la equilibrar formas y colores hasta que encajen, y que no se quedan satisfechos con medias soluciones o con efectos superficiales o fáciles. La historia del arte está hecha solo de genios y de obras maestras que desafían toda explicación racional, ya que, además, si hemos de creer a los sociólogos darwinistas, el arte no sirve para nada, evolutivamente hablando, e implica un costo altísimo de recursos. Aquí cabe señalar que ente los evolucionistas, sin embargo, hay quienes creen que quien dedica su tiempo a producir, subvencionar o crear arte puede hacerlo, como hace el pavo real con su costosísima cola, cuando la ostenta, para ser electo como pareja sexual: el dedicar tanto recurso al despilfarro, significa que se poseen recursos de sobra, y eso indica cualidades de macho ALFA, a quienes según esto, prefieren las hembras. Pero eso es otra historia.
Gombrich decía que los fines del arte y del artista varían según las civilizaciones. Y que la pintura en realidad, valga la redundancia, jamás es realista…la realidad no existe en una tela o en una pared mas que por medio de las convenciones culturales a las que el observador este sujeto; ningún artista copia lo que ve, y nosotros los espectadores imaginamos que vemos lo que de hecho conocemos…un cuadro es siempre una ilusión que se sirve de técnicas cambiantes. Sirvan de ejemplo los “emoticones” que forman una cara sonriente con dos puntos y un paréntesis, solamente porque así escogemos, por convenciones sociales de “emailistas y feisbuqueros” a creerlo.
Sin embargo hay un hecho irremediable para Gombrich, que es la rotura del hilo del arte occidental que se venia tejiendo desde el antiguo Egipto y ésta sucedió a comienzos del siglo XX. Brutalmente la función de testimonio y de representación del artista se interrumpen. El hilo se ha roto porque el papel del artista se ha vuelto indeterminado, la fotografía y el cine le han privado de toda función social. La pintura ligaba al artista a la sociedad, hoy le separa, el artista ya no expresa más que sus estados de animo. Esto puede ser interesante, pero solo excepcionalmente, como cuando Kandinsky, Klee y Mondrian trataban de alcanzar, detrás del velo de las apariencias una verdad profunda, o como cuando los surrealistas cultivaban una “divina locura”.
Hoy es necesario que el artista se mueva, que innove, cuando por siglos el arte se definía por su carácter inmutable. Velázquez no inventó nada, se contentaba con ser excelente. Pero ahora, muchas veces, como decía Tom Stoppard en su obra “Arte Descendiendo la Escalera”, “La imaginación, sin una verdadera habilidad da como resultado el arte contemporáneo”.
La verdadera obra de arte es cuando el artista dialoga con su obra, y no con el público. Igual que la verdadera maestría taurina consiste en torear para el toro y no para la barrera. Y los únicos que pueden ayudarnos, además de nuestros propios instintos y estética, es que un verdadero conocedor, un galerista o asesor honesto, no un villamelón, para continuar con analogías taurinas, nos enseñe y nos contagie de su pasión, que es lo único que debe de llevarnos a comprar arte; o hacer lo que sea: la pasión por hacerlo
Y aun así, inclinados cuanto estemos a admirarlo, líbrenos el dios del buen gusto de preferir el arte figurativo, ya que éste es para las masas, no para los cognoscenti, que como todos sabemos, forman ¿formamos?— I wish--- Un grupo tan, pero tan exclusivo como aquellos del cuento de niños que podían admirar el traje – invisible - del Emperador: solo los verdaderamente cultos, modernos, in the know, lo apreciarían, las masas, jamás podrían hacerlo. ¿Y los sastres? Felices. ¿Y el Emperador? Ufanísimo. Hasta que apareció la ignorancia, en la forma de un rapaz, un peladito inocente, revelando la verdad, ¡EL EMPERADOR ESTA DESNUDO! Pero como cualquier físico teórico sabe de memoria: el observador afecta, hasta en lo minúsculo, inapreciable E INVISIBLE, lo observado.
La percepción de el arte contemporáneo es, para muchos, que es un mundo nada más de entendidos, una sociedad quasi secreta, una logia másonica, a la cual solamente unos pocos privilegiados pueden pertenecer, como al mundo de los físicos cuánticos y de los ornitólogos. Algo que solo los que se inventen su propio entendimiento, sus propios instrumentos -subjetivos- de medición, pueden apreciar. Y que, por rutilante, glamoroso (a veces) y exclusivo, es tan atrayente. Son muy pocos los que pueden resistir la carnada de la exclusividad, como saben los astutos de a de veras, nada es tan irresistible como lo que no se puede tener. Es una realidad que el mundo del arte contemporáneo si es un mundo minúsculo al cual pertenecen a lo sumo 3000 personas, de las cuales 2900 están en, o van mucho a, Nueva York y las otras cien aparecen en la lista del Forbes 50, no 500, 50…los demás nada más somos unos groupies aspirantes.
Además es un negocio muy rentable, es una inversión que deja mas que lo que Bernie Madoff prometía, pero en de a de veras, porque si tuviste la buena suerte de comprar algo que uno de los grandes coleccioncitas compra después, you’ve hit the jackpot. El arte contemporáneo se convirtió también en los primero años del siglo en la inversión más rentable a corto plazo que pudieses hacer. Un mercado de fácil compra y venta, y según varios asesores financieros, una inversión que deja mucho más que dinero, deja la satisfacción de cumplir con un valor cultural (¿?). Según estos mismos asesores financieros, hay que comprar arte, por el arte en sí, que será cuando la inversión sea más afortunada. Ver para creer.
Sin embargo, para que este mundo pueda persistir tiene que encontrar el difícil equilibro entre lo excluyente y lo rentable, entre el generar la propia demanda al crear las condiciones de “buen gusto necesarias” para cultivar nuevos coleccionistas, sin dejar de ser el rarificado mundo que es, sin dejar de ser un mundo que un día después del crash del 2008 y el comienzo de la peor crisis económica del mundo de la todavía pudo vender tiburones plastificados en decenas de millones de dólares.
Ernest Gombrich decía en su monumental “Story of Art” que para apreciar el arte adecuadamente se tiene que estar entrenado, pero que la belleza y la fealdad son principios indiscutibles.
Y sin embargo, esta autoridad mundial, el autor del texto mas leído sobre arte no tenia temperamento de coleccionista. Para el, bastaba saber que las obras maestras estaban en los museos, donde podía contemplarlas cuando tuviera ganas. En realidad, su museo estaba en su memoria, un prodigio, y hay quienes dicen, la más vasta del mundo.
Gombrich era un sir muy británico de origen vienés, como todos los grandes pensadores del siglo XX. . Estimaba que lo hermoso y lo feo, son principios indiscutibles como lo verdadero y lo falso. No varían, decía, al capricho e la historia o de los gustos personales. Nos son valores relativos sino absolutos. Y sin embargo, no se puede descubrir lo Bello espontáneamente. Es preciso pasar, según Gombrich, por la mediación de la cultura.
Para el no había progreso en el arte, como no lo había en la historia, conceptos, como ahora sabemos Hegelianos, y además, puestos de cabeza, Marxistas. Las obras y los estilos, según él, no se encadenan mediante una especie de necesidad lógica.
El arte entonces en cuanto tal, no existe; solo existen los artistas: Hombres y mujeres a quienes a caído en suerte el don de la equilibrar formas y colores hasta que encajen, y que no se quedan satisfechos con medias soluciones o con efectos superficiales o fáciles. La historia del arte está hecha solo de genios y de obras maestras que desafían toda explicación racional, ya que, además, si hemos de creer a los sociólogos darwinistas, el arte no sirve para nada, evolutivamente hablando, e implica un costo altísimo de recursos. Aquí cabe señalar que ente los evolucionistas, sin embargo, hay quienes creen que quien dedica su tiempo a producir, subvencionar o crear arte puede hacerlo, como hace el pavo real con su costosísima cola, cuando la ostenta, para ser electo como pareja sexual: el dedicar tanto recurso al despilfarro, significa que se poseen recursos de sobra, y eso indica cualidades de macho ALFA, a quienes según esto, prefieren las hembras. Pero eso es otra historia.
Gombrich decía que los fines del arte y del artista varían según las civilizaciones. Y que la pintura en realidad, valga la redundancia, jamás es realista…la realidad no existe en una tela o en una pared mas que por medio de las convenciones culturales a las que el observador este sujeto; ningún artista copia lo que ve, y nosotros los espectadores imaginamos que vemos lo que de hecho conocemos…un cuadro es siempre una ilusión que se sirve de técnicas cambiantes. Sirvan de ejemplo los “emoticones” que forman una cara sonriente con dos puntos y un paréntesis, solamente porque así escogemos, por convenciones sociales de “emailistas y feisbuqueros” a creerlo.
Sin embargo hay un hecho irremediable para Gombrich, que es la rotura del hilo del arte occidental que se venia tejiendo desde el antiguo Egipto y ésta sucedió a comienzos del siglo XX. Brutalmente la función de testimonio y de representación del artista se interrumpen. El hilo se ha roto porque el papel del artista se ha vuelto indeterminado, la fotografía y el cine le han privado de toda función social. La pintura ligaba al artista a la sociedad, hoy le separa, el artista ya no expresa más que sus estados de animo. Esto puede ser interesante, pero solo excepcionalmente, como cuando Kandinsky, Klee y Mondrian trataban de alcanzar, detrás del velo de las apariencias una verdad profunda, o como cuando los surrealistas cultivaban una “divina locura”.
Hoy es necesario que el artista se mueva, que innove, cuando por siglos el arte se definía por su carácter inmutable. Velázquez no inventó nada, se contentaba con ser excelente. Pero ahora, muchas veces, como decía Tom Stoppard en su obra “Arte Descendiendo la Escalera”, “La imaginación, sin una verdadera habilidad da como resultado el arte contemporáneo”.
La verdadera obra de arte es cuando el artista dialoga con su obra, y no con el público. Igual que la verdadera maestría taurina consiste en torear para el toro y no para la barrera. Y los únicos que pueden ayudarnos, además de nuestros propios instintos y estética, es que un verdadero conocedor, un galerista o asesor honesto, no un villamelón, para continuar con analogías taurinas, nos enseñe y nos contagie de su pasión, que es lo único que debe de llevarnos a comprar arte; o hacer lo que sea: la pasión por hacerlo
Y aun así, inclinados cuanto estemos a admirarlo, líbrenos el dios del buen gusto de preferir el arte figurativo, ya que éste es para las masas, no para los cognoscenti, que como todos sabemos, forman ¿formamos?— I wish--- Un grupo tan, pero tan exclusivo como aquellos del cuento de niños que podían admirar el traje – invisible - del Emperador: solo los verdaderamente cultos, modernos, in the know, lo apreciarían, las masas, jamás podrían hacerlo. ¿Y los sastres? Felices. ¿Y el Emperador? Ufanísimo. Hasta que apareció la ignorancia, en la forma de un rapaz, un peladito inocente, revelando la verdad, ¡EL EMPERADOR ESTA DESNUDO! Pero como cualquier físico teórico sabe de memoria: el observador afecta, hasta en lo minúsculo, inapreciable E INVISIBLE, lo observado.
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